La psicoterapia o el análisis se puede entender como ese trabajo del alma y del espíritu, al que está haciendo referencia Sándor Márai en su novela “La mujer justa”. Muchas personas tienen prejuicios acerca de la psicoterapia, piensan equivocadamente, que es exclusivamente para los “locos”, los débiles o los atormentados, y temen ir precisamente por estos prejuicios. Piensan además que los psicoterapeutas somos unos chiflados o unas figuras todopoderosas que los convertiremos “lavándoles” el cerebro en unos seres dependientes, o que mágicamente a través de nuestros “poderes” les solucionaremos sus problemas a nuestra medida.

Estos prejuicios no nos permiten darnos cuenta, que lo que verdaderamente puede ser muy peligroso y chiflado, es permanecer en un estado de sufrimiento, malestar o vivir en un sin sentido, dañando nuestra vida y muchas veces la de quienes conviven con nosotros.

La psicoterapia es una de las formas con la cual podemos hacer ese trabajo invisible del alma, cuyo curso es guiado por la búsqueda o el encuentro de nuestra verdad o individualidad. Comienza la mayoría de las veces, con el reconocimiento de nuestro sufrimiento, nuestra vulnerabilidad y dudas, que sumado a una actitud comprometida, curiosa y valiente, al lado de un profesional debidamente formado, nos puede llevar a transformar nuestro mundo y el de otros haciéndolo más próspero, justo y humano.

El desarrollo y encuentro de nuestra individualidad es la tarea más exigente, pero también la más satisfactoria, pues hace a cada uno de nosotros un ser único particular e irrepetible.

Por: Virginia Calderón